PLACENTOFAGIA: SI NO TE GUSTA, NO TE LA COMAS




Estas líneas van dirigidas a Julio Basulto, diplomado en Diplomado en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad de Barcelona. Y a tod@s aquell@s que han difundido su texto: " Placentofagia (comerse la placenta): no lo haga" publicado en la web www.comeronocomer.es en abril de 2014, y que añado al final de este artículo.

Me parece estupendo que alguien rechace la idea de comerse la placenta. En principio la solución es clara: procure no comérsela. Ni en albóndigas, ni con patatas, ni en ali-oli ni en escabeche. No me parece tan estupendo que exhorte a los demás  “No lo haga”. Sobre todo cuando esta recomendación no la basa en nada más sólido que en sus propios prejuicios.

Habla de que la posibilidad de comerse la placenta cruda tendría como resultado altamente posible “que un nutrido grupo de población contraiga una intoxicación de incierto final”. Suena trágico. Por eso lo subrayo, porque es ridículo. Suena a cataclismo, a peste bubónica, a alarmismo 100%. No se me ocurre cómo podría pasar tal suceso, a no ser que se empiecen a comer las placentas crudas llenas de moscas en la plaza del pueblo, obligando a todo el que pase a tragarse un bocado… Las personas que consumen la placenta cruda (que sí, existen) son muy poco numerosas, como se indica en la bibliografía consultada por el señor Basulto, y lo hacen discretamente en la intimidad de su hogar. ¿Cómo se va a expandir la supuesta infección? Vamos a las cifras, a los datos: ¿Tasa de consulta en Urgencias de mujer puérpera con gastroenteritis aguda tras ingesta de placenta contaminada? Si alguien me lo puede aportar, se lo agradezco. Estamos ante un problema terrible de Salud Pública. Movilización ya.

Este señor afirma sin rubor que la placentofagia no aparece “en ninguno de los tratados de alimentación que soporta la estantería que tengo justo encima de su cabeza mientras escribo” (sic). Otro profesional que confunde el mapa con el territorio. “No me he comprado el libro, ergo eso no existe o es algo muy malo”. Ninguna novedad.

No esgrime ningún argumento científico en contra de la placentofagia (probablemente, porque no ha encontrado NI UNO que esgrimir). ¿Dónde están esas investigaciones publicadas en revistas indexadas, con revisión por pares, llevadas a cabo en una amplia muestra de seres humanos (lo subrayo adrede, por si esta parte se la salta) que haya sido seguida durante suficiente tiempo como para poder detectar los supuestos efectos negativos de esta práctica? Por favor, en humanos, no en cabras ni camellas, nada de experimentar con animales que no es ético.

¿Que no hay evidencia sólida en contra? Pues entonces, lo que los científicos serios suelen recomendar es: investíguese. Aváncese en ese campo. Apórtese luz. 

Por el momento, sus comentarios en contra de la placentofagia no tienen más peso que los de las páginas web que él mismo critica, incluidas las que proporcionan recetas para hacerse la placenta con lentejas o rebozada.

Cita al Dr. William B Ober, que en 1979 en sus “Notas sobre la placentofagia”, repasa aspectos históricos sobre el tema, concluyendo que en su opinión el motivo más plausible por el cual el ser humano en determinadas circunstancias se ha comido la placenta se llama “hambre”. Lástima, no cita a Mark Kristal, de la Universidad de Nueva York en Buffalo que en 1991 afirmó que la ingestión de la placenta y de los líquidos acompañantes supone el inicio de la relación madre-hijo. Y que comer la placenta supone la toma de analgésicos que se llaman, en conjunto, Factor de Aumento del Opioide de la Placenta (POEF, en inglés) que probablemente tienen como función reducir las molestias tras el parto.

Sobre el trabajo publicado en 2010 por Young, sólo resalta que concluye que “la casi ausencia de placentofagia en la sociedad humana es evidente”, al igual que Cremers en 2014. Prefiere no comentar que los autores animan a investigar los potenciales beneficios y/o riesgos para la salud de su consumo ya que un pequeño, pero creciente, número de mujeres parecen interesadas en esta práctica.

Cita a la revista “Ecology of food and nutrition” que publica en 2013 una encuesta realizada a 198 mujeres que declaraban haberse comido su propia placenta. Aunque acepta que mayoría de las encuestadas declaró que les había sentado divinamente, Basulto entiende que los propios encuestadores dudan “de lo lindo” (sic) que la experiencia positiva vaya más allá del efecto placebo. A ver, centrémonos. Es una encuesta de satisfacción. A lo único que puede aspirar, es a llegar a conocer la satisfacción, y  concluye que es GRANDE. Los autores afirman humildemente que hacen falta más estudios sobre el tema. Muy de acuerdo. Todo lo demás entra en el terreno de la conjetura. Como limitación del estudio señala que las mujeres “placentofágicas” lo hacen convencidas de que ello les va a proporcionar beneficios, y es posible que omitan cualquier efecto adverso y magnifiquen la experiencia. Claro, pero por la misma razón una mujer que duda de la ingesta de placenta le sirva para nada, probablemente si llegase a consumirla, minimizará sus efectos positivos y magnificará los negativos si existen. Nada nuevo bajo el sol.

Después habla de esta página, “Parir en libertad, nacer con respeto”, que publicó 2012 un texto llamado “Placentofagia. ¿Excentricidad o inteligencia?”. Y se permite la incorrección de comentar que no aporta bibliografía. (Ninguna, insiste). Pero si hubiese leído con atención, (cosa que es evidente que no hizo), hubiese podido comprobar que se cita el trabajo publicado en la revista de divulgación científica "Gen-T" Nª3 "Placenta Humana: Sabiduría genética, instinto inteligente", por el Dr Sergio Sánchez Suárez y su equipo del Centro Médico de Investigación Canarias biomédica. Recomiendo a Basulto su lectura, sobre todo el párrafo en el que comenta “ el asco y los prejuicios son vendas que impiden avanzar a la ciencia, el necio juzga sin ni siquiera mirar”. El mismo equipo en el año 2003 también puso en marcha el proyecto “Estudio Bromatológico de la Placenta Humana”. Manejan de la hipótesis de que las hormonas que contiene la placenta sean un poderoso antídoto frente a la hemorragia y la depresión postparto. Es un ejemplo de acercamiento a este tema tabú desde un punto de vista científico, pero respetuoso a la vez.

Para este profesional, el hecho de que la placenta filtre las sustancias nocivas durante el embarazo es clave, al considerar la placenta una especie de depósito-basurero donde nos 
"asegura" queda atrapado el cadmio, níquel, dioxinas furanos y mil pestes más que circulan por la sangre de las embarazadas (¿qué comen? ¿puré de neumático?). Primero, debería recordar que la barrera placentaria permite que la atraviesen moléculas de pequeño tamaño, virus y drogas. Por ello es por lo que las mujeres gestantes suelen cuidar muy mucho lo que comen y los tóxicos con los que están en contacto. Porque probablemente llegan a su bebé intraútero y,  SÍ, afectan a su desarrollo cerebral y a su futura salud. Segundo, la placenta no " atrapa" los tóxicos. De existir, la mayoría de estas sustancias vuelve al torrente circulatorio materno. Tercero, los compuestos nocivos consumidos a lo largo de la vida se acumulan en el tejido graso de nuestro cuerpo. El embarazo y la lactancia movilizan estas reservas grasas al aparato circulatorio. Si la mujer tiene furanos en la placenta… ¡ los tiene/tuvo en sangre! ¡¡¡Los tiene y acumula en la grasa de su leche!!! Terrible. Y animamos a las mujeres a darles pecho a los niños, así, a lo loco. 

Para estas mujeres con cadmio y níquel en sangre, la gran pregunta no es si la placentofagia les conviene. La gran pregunta es ¿a que esperan para quitar los metales pesados de su dieta?.

Eso por no hablar de compuestos presentes en los fármacos que haya podido tomar la madre durante la gestación. Basulto teme que al ingerir la placenta la mujer esté consumiendo restos de los mismos. ¡Un momento! si lo toma en el embarazo… se supone que deben ser seguros, con cero posibles efectos negativos para su hijo: la mayoría, por no decir todos, atraviesan la placenta. Pensemos en fármacos seguros para los fetos pero peligrosos para los adultos...a ver...Pues no, no se me ocurre ninguno. 

Moraleja: cuida lo que comes toda tu vida. De ello depende tu salud y la de tus potenciales hijos. Cuídate sobre todo en el embarazo y en la lactancia. Cómete la placenta si te apetece, si eres una mujer sana y no desayunas dioxinas con cola-cao. Cómetela sabiendo que sus posibles efectos beneficiosos, por ahora son hipótesis basadas en pruebas empíricas. Cómetela sabiendo que no se han demostrado efectos adversos.

Y si te da asquito, o te parece una ridiculez de frikis, por favor, NO lo hagas. Hazte unos huevos con chorizo y andando.

Susana Iglesias, Matrona (Universisdad de Santiago de Compostela)

BIBLIOGRAFÍA
*Kristal, M.B. 1980. Placentophagia: A biobehavioral enigma (or De gustibus non disputandum est). Neuroscience & Biobehavioral Reviews 4: 141-.150.
*Kristal, M.B. 1991. Enhancement of opioide-mediated analgesia: A solution to the enigma of placentophagia. Neuroscience & Biobehavioral Reviews 15: 425-435.
*Menges, M. 2007. Evolutionbiologische aspekte der Plazentophagie. Anthropologie Anzeiger Ecol Food Nutr. 2010 Nov-Dec;49(6):467-84. doi: 10.1080/03670244.2010.524106.
*Young SM1, Benyshek DC.In search of human placentophagy: a cross-cultural survey of human placenta consumption, disposal practices, and cultural beliefs.Health Care Women Int. 2014 Feb;35(2):113-9. doi: 10.1080/07399332.2013.798325. Epub 2013 Jul 17.
*Cremers GE1, Low KG. Attitudes toward placentophagy: a brief report. Health Care Women Int. 2014;35(2):113-9.
*Selander J, Cantor A, Young SM, Benyshek DC. Human maternal placentophagy: a survey of self-reported motivations and experiences associated with placenta consumption. Ecol Food Nutr. 2013;52(2):93-115.



El artículo de Julio Basulto:

Sé que voy a ganarme unos cuantos enemigos (más) por escribir este texto, pero me he levantado pensando aquello de “si no lo digo exploto”. Me parece estupendo que alguien considere romántico plantar la placenta tras el parto junto a la semilla de un baobab. Pero hacer albóndigas con la placenta y comérsela junto a unas judías verdes salteadas, pues ya no me parece tan bien, como amplío más abajo. Llámenme escrupuloso, pero tengo por costumbre no ingerir lo que mi cuerpo ha decidido expulsar. Si la propuesta pasa por comerse la placenta cruda (“para que no pierda sus beneficiosas cualidades”), entonces me parece fatal. La posibilidad de que un nutrido grupo de población contraiga una intoxicación de incierto final es bastante alta.
Todo esto viene a que hoy he recibido otro mail (que no será el último) de una embarazada pidiéndome argumentos en contra de la placentofagia (comerse la placenta tras el parto). Lo que me piden no es fácil. Conozco bastante bien el temario que se imparte en las 22 universidades españolas de Nutrición Humana y Dietética y, créanme, la placentofagia no está en el currículum académico. Tampoco aparece en ninguno de los tratados de alimentación que soporta la estantería que tengo justo encima de mi cabeza mientras escribo estas líneas.
Dándole vueltas a este asunto me he dado cuenta de que en realidad yo no debería esgrimir argumentos en contra de la placentofagia, que es lo que me piden las amables gestantes, sino que alguien debería aportarme sólidas pruebas científicas a favor. No aceptaré como  ”sólidas pruebas científicas” justificaciones como las que siguen: “lo dice un ginecólogo”, “aparece en una página web a favor del parto natural”, “es una práctica ancestral” (como la guerra), “lo hacen muchos mamíferos” (también duermen en el suelo, no se lavan los dientes y no han leído un libro en su vida, y no por ello les imitamos), y mucho menos “Tom Cruise siempre lo hace, y mira qué sanísimo está” (¿no estará sanísimo por ser multimillonario?).
Quiero ver con mis propios ojos artículos científicos serios a favor de la placentofagia (¿leyeron ya el texto “Señalar al melón como causa de su pudrimiento, ensayo aleatorizado y controlado”?). Quiero poder examinar investigaciones que estén publicadas en revistas indexadas, con revisión por pares, llevadas a cabo en una amplia muestra deseres humanos (lo he subrayado adrede) que haya sido seguida durante suficiente tiempo como para poder detectar tanto los supuestos efectos positivos de esta práctica, como los negativos. Si pone “placentophagy” en PubMed (www.pubmed.gov) verá que de eso no hay ni por asomo.
He subrayado “seres humanos”, porque los estudios en ratas, cabras, vacas u otros mamíferos no me valen. En agosto de 2013, “Neurology Today”, la revista oficial de la Academia Americana de Neurología publicaba un texto con un título que habla por sí solo: ¿Por qué los resultados de modelos animales a menudo no se traducen en resultados clínicos?”. Los humanos no somos iguales que el resto de mamíferos en una larga lista de aspectos fisiológicos y metabólicos. Pero hay otros factores que invalidan los estudios en animales, tales como su diseño (que suele ser defectuoso), su análisis estadístico (cuestionable) y la tendencia de las revistas científicas a publicar más a menudo los estudios con resultados positivos que los que revelan resultados negativos.  Esto por no hablar de cuestiones éticas relacionadas con la experimentación en animales. He citado en la bibliografía algunos artículos sobre el tema (Beauchamp TL et al., 2014; Choe Smith CU, 2014; Hajar R, 2011; Valeo T, 2013), pero pueden ampliarlo consultando los apartados “Ethics”, “Threats to researchers” y “Alternatives to animal testing” de este texto de la Wikipedia:http://en.wikipedia.org/wiki/Animal_testing
Otro argumento muy manido es “a lo largo de la historia muchas civilizaciones se han comido la placenta”. Este asunto fue analizado en profundidad en 1979 por el Dr. William B Ober, en la revista “Bulletin of the New York Academy of Medicine”. Su interesante texto “Notas sobre la placentofagia”, repasa aspectos históricos sobre el tema y detalla que las pruebas que justifiquen que la mujer o el hombre hayan practicado la placentofagia a lo largo de la historia son “escasas”. Ober concluye que el motivo más plausible por el cual el ser humano en determinadas circunstancias se ha comido la placenta se llama “hambre”. Nada de “sabiduría ancestral” o entelequias por el estilo. No extraña, por tanto, la respuesta que dió la Dra. Maggie Blott, obstetra y portavoz de la Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos (Londres), al ser entrevistada por la BBC en 2006 en relación al tema: “No hay ninguna justificación médica [para comerse la placenta]. Los animales se comen su placenta para obtener nutrientes, pero en seres humanos bien alimentados, no hay beneficios, no existen razones para hacerlo”. Totalmente de acuerdo.
En todo caso, un análisis más reciente, publicado en 2010 (Young SM y Benyshek DC, 2010), revisó 179 sociedades humanas para concluir que la ausencia de la placentofagia es “conspicua”. A la misma conclusión llegó un estudio publicado en febrero de 2014 (Cremers GE y Low KG, 2014).
Es posible que caiga en sus manos un power point que cita un estudio de 2013 con supuestas pruebas a favor de la placentofagia, así que lo analizaremos de cerca. La revista “Ecology of food and nutrition” publicó una encuesta realizada a 198 mujeres que declaraban haberse comido la placenta. El 80% se la tomó “encapsulada”, un proceso que consiste en cocinarla, deshidratarla y meterla en cápsulas. Un 7% se comió la placenta cruda (repito: no lo  haga, el riesgo de contraer una intoxicación es alto) y el resto cocinada. Aunque un 24% reportó aspectos negativos, la mayoría de las encuestadas declaró que les había sentado divinamente. Sin embargo, los responsables de la encuesta (Selander J et al., 2013) se muestran escépticos sobre este particular. Se nota de lo lindo cuando se preguntan: “¿En qué medida las experiencias subjetivas positivas reportadas por las mujeres en nuestra encuesta van más allá de las relacionados con los efectos del placebo?”. Y también cuando afirman: “Hacen falta más estudios que determinen si los beneficios descritos se extienden más allá del efecto placebo, o están distorsionados por la naturaleza de la muestra estudiada”.
Esto último es una manera fina de decir que, como las mujeres “placentofágicas” lo hacen convencidas de que ello les va a proporcionar beneficios, es posible que omitan cualquier efecto adverso y magnifiquen la experiencia. De hecho, Selander y colaboradores indican que “las mujeres que han participado en nuestra encuesta probablemente representan una muestra sesgada de las madres que han participado en placentofagia, ya que reclutamos a las participantes en sitios de apoyo a esta práctica”. 
Es momento de entrar en una de tantas páginas web que están a favor de la placentofagia. Una de ellas se denomina “Parir en libertad, nacer con respeto”, y publicó en 2012 un texto llamado “Placentofagia. Excentricidad o inteligencia?” (sic). Comienza así: “Además de actuar como barrera que impide el paso de sustancias nocivas para el normal desarrollo del futuro bebé [...]” para dedicar a renglón seguido decenas de líneas a explicarnos lo nutritiva, inmunoestimulante, antidepresiva y favorecedora de la lactancia que es la placenta al pil-pil. ¿Bibliografía? Ninguna. Pero volvamos a la primera línea: la placenta actúa “como barrera que impide el paso de sustancias nocivas para el normal desarrollo del futuro bebé”. Vamos a ver: si la placenta filtra y retiene las sustancias nocivas (que lo hace), comérsela no parece lo más sensato, por más “neuroendocrinorestauradora” que sea. ¿Han oído hablar del mercurio, del cadmio, de la acrilamida, de la solanina, de las dioxinas, de los furanos o de las sustancias perfluoroalquiladas? Yo sí. Les aseguro que muchas de dichas sustancias se quedan en la placenta. Eso por no hablar de compuestos presentes en los fármacos que haya podido tomar la madre durante la gestación. Comerse la placenta encapsulada, guisada con patatas o, mucho peor, cruda, es una muy mala idea. Si no me creen, les invito a que pongan en la base de datos de estudios biomédicos PubMed (www.pubmed.gov), la siguiente estrategia de búsqueda:
("Prenatal Exposure Delayed Effects/chemically induced"[MeSH Terms]) AND "humans"[Filter]
Si tienen un rato, lean los 668 artículos que aparecen a día de hoy (20 de abril de 2014). Creo que se les pasarán las ganas de catar una “placenta al alioli balsámico de mercurio aromatizada con escabeche de compuestos organoclorados”…
Nota: Muy agradecido a mi amiga Mar Alegre por ponerme en la pista de este placentario (que no placentero) asunto.
P.D. (21 de abril de 2014). Desde su cuenta de Twitter, Belén (@Hanauma1), a quien le agradezco que me permita compartir aquí su reflexión, comenta otro posible motivo por el que muchos animales se comen la placenta tras el parto: "eliminan pistas del nacimiento".
Bibliografía
  • BBC News UK. Why eat a placenta? 18 de abril de 2006. En línea:http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/magazine/4918290.stm
  • Beauchamp TL, Ferdowsian HR, Gluck JP. Rethinking the ethics of research involving nonhuman animals: introduction. Theor Med Bioeth. 2014;35(2):91-6. doi: 10.1007/s11017-014-9291-7. 
  • Choe Smith CU. Confronting ethical permissibility in animal research: rejecting a common assumption and extending a principle of justice. Theor Med Bioeth. 2014 Mar 22. [Epub ahead of print].
  • Cremers GE, Low KG. Attitudes toward placentophagy: a brief report. Health Care Women Int. 2014;35(2):113-9.
  • Hajar R. Animal testing and medicine. Heart Views. 2011;12(1):42.
  • Ober WB. Notes on placentophagy. Bull N Y Acad Med. 1979;55(6):591-9.
  • Selander J, Cantor A, Young SM, Benyshek DC. Human maternal placentophagy: a survey of self-reported motivations and experiences associated with placenta consumption. Ecol Food Nutr. 2013;52(2):93-115. 
  • Valeo T. New IOM Report: Why Results from Animal Models Don't Often Translate into Clinical Results. Neurology Today. 2013;13(16): 24–28.
  • Young SM, Benyshek DC. In search of human placentophagy: a cross-cultural survey of human placenta consumption, disposal practices, and cultural beliefs. Ecol Food Nutr. 2010;49(6):467-84.

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